jueves, 28 de enero de 2010

CAÑONES Y HALLAZGOS EN EL CENTRO HISTORICO DE SANTA MARTA (COLOMBIA)

Por Álvaro Ospino Valiente

El hallazgo de dos cañones en las excavaciones que se adelantan para las obras de recuperación de los espacios públicos del Centro Histórico de Santa Marta, se ha catalogado como un hecho “asombroso”. Lo que si genera sorpresa, es la poca información que manejan los encargados de estos trabajos y el exceso de especulación con que se ha manejado la noticia. Se llegó a una falaz conclusión que podrían pertenecer a piratas, fijaron fechas de combates del conflicto anglo-hispano en verdaderos periodos de tregua y llegaron hasta asociarlos a los combates en el periodo republicano. Pero lo más sorprendente de estos “bichos raros”, es que los dejaron en manos de antropólogos de la capital del país para que determinen su época.

Es elemental concluir que el Centro Histórico más viejo del país, guarda en sus entrañas muchos testimonios que revelan páginas de su pasado, debemos considerar que estamos sobre una extensa zona arqueológica. Recordemos que en 1946, cuando se adelantaban las obras de alcantarillado se encontraron además de cañones, una vasija de cerámica gris lisa en forma de un caimán enroscado. Santa Marta fue la ciudad que más expuesta estuvo a las retaliaciones de los enemigos de la Corona española y que mantuvo un desincronizado sistema defensivo por más de 250 años. Sólo finalizando el siglo XVIII pudo establecer un triangulo defensivo en momentos de una inusitada resurrección urbana y arquitectónica, propiciada por las reformas borbónicas de los monarcas Carlos III y Carlos IV. No es extraño el hallazgo de estos cañones, porque estudiar la historia militar de la ciudad de época española, es estudiar en realidad su historia. En el paisaje urbano de la ciudad estaban los cañones y también sus operarios, los soldados realizando sus ejercicios en la plaza de Mayor o de Armas, haciendo turnos como vigías, apostados en las arruinadas fortificaciones de San Juan de las Matas y de San Vicente que inútilmente defendían la playa.

Estas armas estaban reglamentadas por las ordenanzas emanadas por el rey y desde tiempos de Carlos I existían más de 50 modelos de piezas distintas, que para poner evitar confusión, ordenó en 1540 que no se fundiesen en sus dilatados dominios más que ocho modelos de piezas. El primero de estos cañones fue hallado en el área oeste de la plaza Mayor (mal llamado parque de Bolívar) donde por mucho tiempo estuvo la Aduana de Sales y el segundo en la esquina de la calle de Acequia con el callejón de la Catedral. El primero está cubierto de sedimentos donde son visibles los muñones para apoyarlo en la cureña, que dificultan su lectura y determinar su época. Pero por lo observado creemos que este cañón debe pertenecer a la tercera época de la artillería, llamada también de la Artillería de la Ordenanza, que abarca el siglo XVIII y la primera mitad del XIX. Eran piezas de bronce o hierro, lisas y de avancarga (cargada por la boca del cañón).

En Santa Marta como en todo el Caribe, se utilizaron cañones de las Ordenanzas de 1718, 1728, 1743 y 1783, que tenían un calibre entre 36, 24, 18, 12, 8 y 4 libras (el calibre de las piezas se definía en libras de peso de la bala maciza de hierro que era el peso de la bala que podía disparar cada categoría de cañón y no en medida de unidad lineal del diámetro del ánima). Estos cañones quedaron en la obsolescencia al finalizar la contienda entre España e Inglaterra a finales del siglo XVIII, algunos expuestos “hace más de un siglo al áspero viento del mar, se desmoronan en planchas herrumbrosas; el océano ha formado grutas,” como lo revela el viajero francés Elisee Reclus en 1855 y su compatriota el explorador Pierre D´Espagnat que de paso por la ciudad en 1898, observó detenidamente dos cañones, referenciando la inundación del río Manzanares de 1894…

Y su especial melancolía apenas analizada, se aumenta con las ruinas acumuladas por el ciclón de hace cuatro años, estragos que desde luego nadie pensó reparar, inmensos cuadriláteros desiertos, saharas ardientes y rectangulares, que el viento barre levantando torbellinos de polvo yesoso; se aumenta con la vista de unos viejos cañones españoles o franceses, hundidos por la boca en las esquinas de las calles, que llevan inscripciones en relieve: Le Gran Robert 1669, La Jaqueline 1703; se aumenta con ese no se sabe qué, que deja tras sí la historia cuando fue demasiado legendaria y grandiosa para que vuelva jamás a repetirse...

Es cierto, en la segunda mitad del siglo XIX era común observar cañones enterrados en las esquinas de las manzanas, tal como lo revelan las fotografías de finales del siglo XIX y principio del XX. Una de las imágenes más viejas de la ciudad, una acuarela de la Catedral realizada en 1844 por Edgard Mark, vicecónsul de Inglaterra en Santa Marta, muestra un cañón en la esquina de la casa de la familia Granados (volada durante los combates de 1860) donde hoy tiene su sede el Concejo Distrital. De acuerdo a una información registrada por la Gaceta Mercantil en 1849, su colocación en estas esquinas obedecía a la necesidad de proteger a las personas e inmuebles de los carruajes o coches de tracción animal, a manera de “guardacantones”. En su época no representaba ningún valor cultural o histórico, era parte de la cotidianidad y del paisaje urbano de Santa Marta. Hasta hace algunas décadas era común ver como las puertas de las casas se aseguraban con una pesada bala de cañón para mantenerlas abiertas. Así transcurrieron los años y estos cañones se derruyeron bajo el sol, brisa y lluvia. En la cuarta década del siglo pasado se dio inicio a las obras de acueducto, alcantarillado y pavimentación de las calles de la ciudad vieja, es probable que en su momento fuera más fácil enterrarlos que quitar estos “checheres viejos”, teniendo en cuenta su nulo valor y su considerable peso. Es por eso, que muchos de ellos yacen enterrados en las esquinas a pocos centímetros de profundidad.

También causó sorpresa el encuentro de restos de huesos de reses, fragmentos cerámicos y restos de otros materiales en las obras de la plaza Mayor. Es lógico pensar que si excavamos en el sitio donde estuvo el viejo cuartel hasta 1954, vamos a encontrar testimonios de su vida cotidiana. El Cuartel de Infantería Fija Veterana fue construido en 1791 por el director de las reales obras Antonio Marchante por orden del virrey José de Ezpeleta (1789-1797), que le encargó terminar las obras de la Catedral y le encomendó la edificación de cuarteles para las compañías de infantería. Hoy, estos bienes muebles representan un alto significado simbólico para la historia de la ciudad, el lugar indicado para su ubicación es el sitio donde lo encontraron, montado sobre una cureña (carricoche de madera donde se ubicaba el cañón) y con una completa información histórica. Es probable que muchos testigos del pasado se hayan destruidos por la falta de rigor arqueológico en el procedimiento de las excavaciones, más cuando los encargados de los trabajo son gente de afuera que no tienen un mínimo grado de sensibilidad o arraigo con la ciudad, además de la carencia en el equipo del proyecto de profesionales idóneos en el tema.

Los cañones llevaban siempre el complicado escudo de armas reales y el nombre del Monarca (D), delfines (E), muñones para fijarlo a la cureña (F), el escudo del Gran Maestre ó Capitán General de la Artillería y su nombre (G). Además, el nombre del cañón, porque cada uno tenía el suyo propio, que eran casi siempre nombres retumbantes o amenazadores, como El Rayo, El Matador, El Destruidor, El Dragón, ó mitológicos, como Hércules, Acetábulo, y también religiosos, como Nuestra Señora de Guadalupe ó San Bartolomé. Estos adornos desaparecen con la Ordenanza de 1743.

El primer cañón se halló en el costado oeste de la plaza Mayor, donde estuvo la Aduana de Sales y punto terminal de una de las ramificaciones del ferrocarril, que en la primera mitad del siglo XX llegaban a la bodegas de la United Fruit Company. Para determinar su época se hace necesaria una minuciosa limpieza de la pieza y protegerla con las recomendaciones técnicas y químicas de los especialistas.

Muchas fotografías de la vieja Santa Marta, revelan los cañones que se hincaron en las esquinas a manera de guardacantones para proteger a las personas de los carruajes. Los cañones hicieron parte del paisaje urbano de nuestra ciudad.

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