jueves, 28 de enero de 2010

¡ASÍ NOS VIERON!

(Ensayo del libro SANTA MARTA VISTA POR VIAJEROS de Álvaro Ospino Valiente

Las impresiones de cronistas y viajeros recogidas en esta obra, nos permiten tener una nueva perspectiva histórica de la ciudad de Santa Marta, a través de una óptica captada por personas ajenas a nuestro contexto. La visión de la ciudad de Santa Marta dibujada con palabras por estos viajeros, precede de unos criterios formados por las experiencias de haber conocido otros lugares, que permiten dimensionar a escala mental, el grado de desarrollo de esta ciudad respecto a otras ciudades, durante los diferentes momentos históricos. Comprende además de la compilación de las crónicas e informaciones geográficas, un análisis generalizado de esta ciudad en cada siglo, una especie de radiografía de la historia de Santa Marta y preámbulo para un mejor entendimiento del lector respecto al momento histórico referido.

Esta obra además de las informaciones curiosas y divertidas, extrañas quizás para nosotros, constituye una fuente de información valiosa para el estudio de la ciudad de Santa Marta en diferentes aspectos, como el medio geográfico, político, social, económico, urbano, arquitectónico, ecológico, sociológico, humanista, literario, vida familiar, costumbrista, etc. A su vez, su lectura aporta una riqueza informativa que nos permite reconstruir imaginariamente a Santa Marta y a reflexionar sobre las expectativas en que estuvieron sentadas las bases de su posible desarrollo, que a la larga quedaron convertidas en puras quimeras y otras en realizaciones parciales; como por ejemplo: en el siglo XVI, su esencia estuvo en la búsqueda del metal; en el siglo XVII, su futuro dependía del establecimiento de un astillero y la apertura comercial portuaria; en el siglo XVIII, aspiraba a convertirse en plaza de guerra y conseguir su apertura comercial portuaria; en el siglo XIX, sus sueños se mantenían en la apertura comercial portuaria y la construcción del ferrocarril, y por último en el siglo XX, sus ilusiones estuvieron sentadas en el turismo, que aún en el presente siglo las mantiene vivas.

La ciudad es el resultado de la suma de aportes del proceso tejido por los diferentes momentos históricos. Ella, está considerada como un ente vivo que a diario sufre cambios, imperceptibles para quienes la habitan, pero notables para sus futuros moradores. En épocas pasadas, cuando no habían inventado el vídeo y la fotografía, el acontecer histórico se detenía en un lienzo, plasmando en él, paisajes naturales y urbanos. Esta sustancia antigua, es reveladora de numerosos detalles desaparecidos sobre aspectos de la vida cotidiana, particularmente para el caso de Santa Marta, el vicecónsul británico Edward Walhouse Mark realizó unas interesantes acuarelas a mediados del siglo XIX, colección publicada por el Banco de la República. Estas ilustraciones y las fotografías de finales del siglo XIX, muestran el panorama de Santa Marta en su transición de la época colonial a la republicana.

Otra fuente de información la constituyen las crónicas de viajeros, protagonistas del presente trabajo, que en su transitar por las ciudades describían detalles de la vida cotidiana, imágenes urbanas y paisajes naturales. Así como en el siglo XVI, los geógrafos consignaron en las bitácoras de navegación sus impresiones sobre la región y sus nativos pobladores; los ingenieros militares, religiosos y funcionarios de la Corona española del siglo XVII y XVIII, escribieron sus apreciaciones sobre la situación defensiva de esta ciudad, la evangelización de los pueblos indígenas y la riqueza de la flora y fauna de esta región del Magdalena. Pero la riqueza informativa más detallada sobre los aspectos de la vida cotidiana en Santa Marta, la encontramos en las abundantes fuentes documentales de los viajeros del siglo XIX, originadas primero con las misiones diplomáticas naciendo la República de la Nueva Granada; luego, con las correrías de comerciantes y científicos europeos en la segunda mitad de este siglo.

Los recorridos de estas descripciones y relatos, se inician con la llegada del hombre europeo, que marca una nueva historia para los territorios recién descubiertos y habitados por culturas organizadas, asentadas desde muchos siglos atrás. Las “Indias Occidentales” o el “Nuevo Mundo”, nombre con que se conoció al continente americano en los inicios de la dominación española, se convirtió en el escenario de magistrales crónicas y de noticias inverosímiles, comparables si se quiere a la esencia de la escuela literaria del “realismo mágico”.

Los accidentes geográficos son presentados con las más fantasiosas revelaciones enmarcados en ensueños dorados, que se constituyeron en el eje referencial de estas descripciones. No obstante, el bajo perfil cultural de los aventureros que conformaron estas empresas, no faltó en ella el personaje letrado encargado de llevar a la posteridad, los cuadros pintorescos en los que el verdor de la naturaleza se fusionaba con situaciones irreales, salpicadas de alucinantes hipérboles y fantasiosas metáforas.

Las descripciones más antiguas que se conocen de la Provincia de Santa Marta pertenecen al siglo XVI, realizadas por geógrafos y religiosos como Martín Fernández de Enciso, Fernández de Oviedo y Valdés, fray Pedro de Aguado y Juan López de Velasco. Ellos, como otros, destacaron la geografía del litoral norte, calculando las distancias que había entre una población y un accidente geográfico. Referenciaron el clima, los frutos naturales y el potencial aurífero de las laderas de la Sierra Nevada de Santa Marta y otros metales hallados. Informaron sobre las importantes organizaciones indígenas como La Ramada, Bonda, Posihueica y Tairona, manifestando su grado de gobernabilidad y las compañías religiosas establecidas; entre ellas la dominica y franciscana.

Los navegantes españoles, al igual que los posteriores viajeros europeos de los siguientes siglos, se extasiaron con el maravilloso espectáculo avistado desde alta mar, cuando desde el horizonte visual, iban emergiendo lentamente los dos picos blancos de la Sierra Nevada de Santa Marta. El recorrido por este paraíso natural formado en la bahía de Santa Marta y antesala del incipiente asentamiento urbano, se iniciaba con el hemiciclo rocoso formado por los cerros circundantes y la extensa playa de arenas blancas sombreada por numerosos follajes, bañada por las tranquilas aguas azules del mar Caribe, semejando un espejismo o paraíso natural; impresión producida más por la realidad, que por el cansancio óptico soportado por los cuatro meses de travesía en un mar de dificultades y agua salada. Allí acudían las sedientas tripulaciones a refrescarse con las cristalinas aguas dulces del río Manzanares, hacían sus radas, aparejando lo indispensable para las largas jornadas en procura por llegar a los territorios internos a través de dos rutas: por el río Magdalena o incursionando los bosques infestados de los más aguerridos nativos.

Las informaciones del siglo XVII son escasas, encontramos los informes de Antonio de Herrera y el capitán Sebastián Fernández de Gamboa, esto obedece de alguna manera al descuido de la monarquía española, instaurada por la Casa de Austria, respecto a las colonias americanas; aunque la realidad histórica de Santa Marta no pudo ser muy diferente a su situación de segunda mitad del siglo XVI. Otro aspecto tiene que ver con las desapariciones de los archivos durante las continuas quemas de la ciudad en esta época. Por fortuna, los informes de los ingenieros militares, religiosos y funcionarios al servicio de la Corona española durante el siglo XVIII; como, José Nicolás De la Rosa, Ignacio Sala, Pedro Murillo Velarde, Antonio de Arévalo, Antonio de Narváez, Giandoménico Coletti, Agustín Crame, Antonio de Alcedo, Francisco de Silvestri, Antonio Julián y Francisco Fidalgo, nos ofrecen un panorama generalizado de esta ciudad, gracias al orden impuesto en el trono español por los Borbón, abriendo esa centuria.

Las impresiones descritas por los viajeros del siglo XIX, son el fiel reflejo del atraso del mundo colonial hispanoamericano con respecto al mundo europeo y del escaso desarrollo de las nuevas repúblicas. La expulsión del dominio español de tierras americanas en el primer cuarto de ese siglo, sorprendió a Santa Marta en una situación física desventajosa respecto a otras ciudades del litoral Caribe.

Esfumada cualquier posibilidad de enfrentamiento bélico por los acontecimientos político-militares en Europa y América, el propósito de estas nuevas repúblicas fue actualizarse con el mundo político-cultural europeo. Los nuevos gobiernos abren las fronteras, establecen los primeros contactos diplomáticos con las viejas naciones e inician la apertura comercial a nuevos mercados; por otro lado, los científicos europeos muestran su interés por develar los misterios geográficos y botánicos organizando exploraciones hacia estos territorios del Hemisferio Occidental.

La visión vanguardista del mundo europeo valorada en la subjetividad de los viajeros extranjeros, queda reflejada en las primeras impresiones sobre la Santa Marta del siglo XIX. Entre esos tenemos a: John Hankshaw, inglés, (1823); Charles Stuart Cochrane, inglés (1823); John Potter Hamilton, inglés (1823); Carl August Gosselman, sueco (1825); Auguste Le Moyne, francés (1828); Rensselaer Van Rensselaer, estadounidense, (1829); John Steuart, estadounidense (1835); Simón Camacho, venezolano (1842); Florentino González, colombiano (1846); Elisée Reclus, francés, (1855); Isaac Holton, estadounidense (1852); Lionel Osborne, inglés (1852); Miguel María Lisboa, brasilero, (1853); Alphons Stübel, alemán (1868); Wilhelm Reiss, alemán (1868); Henri Candelier, francés, (1889); Charles Saffray, francés (1869) y Pierre D’Espagnat, francés, (1898).

Todos coinciden en presentar la ciudad en un lamentable estado de miseria, considerándola el peor lugar del mundo; para otros su panorama urbano era tan insignificante que se limitaron a admirar la esplendorosa naturaleza circundante. El consenso generalizado de los viajeros, es la presentación de un cuadro triste y angustioso, que en su esencia es el producto de la postración socioeconómica a la que estuvo sometida Santa Marta durante la dominación española; aunada a la destrucción ocasionada por el fuerte temblor de 1834. Si bien es cierto, el poco interés de los viajeros por el aspecto arquitectónico de la ciudad, hay que reconocer la franqueza por el realismo imponente expresado para valorar la riqueza del medio geográfico y natural de la región, que aún en la actualidad es admirada por otros.

Entre los viajeros europeos que nos dejaron un importante legado visual tenemos a los franceses François Désiré Roulin (1823) y Auguste Le Moyne (1828), con sus preciosas acuarelas; el inglés Joseph Brown (1840), con los dibujos a tinta negra; su compatriota Edward Walhouse Mark (1843-1856), con el interesante seriado de acuarelas y por último, el francés A. Slom (1893), con un grabado portuario insertado en una de las obras de Elisée Reclus. A todos ellos sumemos la colección bolivariana del venezolano Carmelo Fernández (1842), tarea encomendada por el gobierno venezolano durante el traslado de los restos del Libertador Simón Bolívar desde Santa Marta a Caracas.

Las crónicas escritas por franceses, ingleses, alemanes y suecos fueron en su momento traducidas al español, la tendencia de estas descripciones están relacionadas con el grado cultural y el oficio de cada uno de ellos. Examinando estas memorias de variadas informaciones encontramos tres tendencias: las de orden político por la fecha de sus visitas cuando aún se gestaba la república, por los ingleses Hankshaw, Cochrane y Hamilton; las crónicas de tipo sociológico escritas principalmente por el sueco Gosselman y los franceses Le Moyne, Reclus y Candelier; y las naturistas, escritas por los alemanes Stübel, Reiss, Saffray y D´Españat, estos últimos franceses.

Los caminantes de este siglo, iniciaban sus relatos con una descripción geográfica del lejano sistema montañoso independiente de la Sierra Nevada de Santa Marta, para luego ocuparse de la forma de la bahía y contextualizarla con un apunte climático. A Santa Marta se accedía a través de dos rutas: por mar, cuyo faro eran los picos blancos de la Sierra Nevada de Santa Marta y desde Barranquilla, a través de los caños de la Ciénaga Grande de Santa Marta, ruta utilizada desde los tiempos de la colonia. La ruta por tierra desde La Guajira, era poco utilizada por el peligro que representaban los indígenas.

El primer diagnóstico de los viajeros sobre Santa Marta consistía en el contraste de las favorables condiciones que ofrecía la bahía y de la misma manera las incomodidades por los métodos empleados en las operaciones de desembarco. Algunas situaciones vividas por las dificultades propias de la época, producto de las fatigantes jornadas y los obstáculos imperantes de la geografía colombiana, son narradas como verdaderas proezas, apreciaciones sugestivas propias de una obra épica. Otro aspecto interesante anotado en las crónicas, es la amabilidad y hospitalidad del samario ante los visitantes; el hecho de integrar a la fiesta a los curiosos que se amotinaban a observar en la puerta de la casa, era un detalle muy simpático para ellos.

Los relatos están repletos de detalles de la vida cotidiana de la Santa Marta del siglo XIX, desde el delicioso baño matinal en el río Manzanares, la rutina del mercado y las entretenciones, hasta la variedad de bailes de la época como las danzas españolas, los valses franceses y los bailes autóctonos, como los cantos y palmoteos alrededor de una gaita, observado por un viajero en la población indígena de Gaira.

Estos peregrinos en sus relatos advierten un choque de costumbres, se quejaban de los estragos ocasionados por los mosquitos, terrible incomodidad a la hora de dormir y las peripecias aéreas efectuadas al pretender descansar en una hamaca. El menú de la comida criolla samaria, tampoco era del agrado de los comensales europeos, acostumbrados a otra dieta alimenticia.

Respecto a los rasgos fisonómicos apuntan la presencia de un fuerte mestizaje con más presencia indígena que blanca; en general estas descripciones presentan los perfiles de la gente con el más insignificante detalle. Pero es el francés Elísee Reclus, el que hace un análisis mucho más profundo, relacionando proporcionalmente al nativo de Santa Marta con su medio natural, dominado por los efectos de la alta temperatura, es decir que la pereza o flojera del samario es más un fenómeno físico que cultural.

Este aspecto tiene que ver con la costumbre en Santa Marta de permanecer las casas con las puertas abiertas durante el día. Esta condición afecta tanto al ser humano como a los animales. De la misma manera, anotaciones como la de nuestro coterráneo Florentino González, al regresar de Europa, advierten el crónico fenómeno genético o cultural del samario, reflejado por el poco interés hacia el progreso; él, lleno de ideas analizaba el problema del agua y reflexionaba.
Por otra parte, nos atrevemos a decir que la narración más profunda escrita sobre Santa Marta, corresponde a la lírica descripción del geógrafo Reclus, a quien la naturaleza de la región seduce sus sentidos, fuente de inspiración evocadora de la más admirable pluma. Por otro lado, una de las memorias más conmovedoras por el manejo literario que influye en los continuos cambios de ánimo al lector, es el relato del escritor y diplomático francés Pierre D´Espagnat; destacamos su matizada agudeza sicóloga, el análisis reflexivo a veces deprimente y prosaico, al connotar la historia de Santa Marta de época española.

Respecto al siglo XX, la información geográfica de Manuel Zamora y las crónicas del francés Felix Serret y el colombiano Alberto Luna Cárdenas, ofrecen una visión diferente de Santa Marta respecto a los siglos anteriores, producto quizá de la nueva vocación económica en torno a la exportación del banano y la construcción del ferrocarril; con ellos se cierra el ciclo de información de esta ciudad.

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