Álvaro Ospino Valiente
Bastianos Editores
250 páginas
2012
2012
El estudio de la arquitectura colombiana se ha consolidado en las últimas dos décadas a partir del valioso trabajo de la arquitecta Silvia Arango. Muchas son las investigaciones que entraron a complementar este marco histórico, al igual que en otros países latinoamericanos donde se suscitó un interés por revalorar la ciudad construida. Desafortunadamente de la ciudad más vieja del país poco se conoce de sus referentes urbanos y arquitectónicos en el panorama nacional. Probablemente la carencia de un inventario de su patrimonio edificado y como consecuencia su valoración, explican este desconocimiento, quizás también que lo heredado de las diferentes épocas no despierta interés puesto que su arquitectura es el reflejo de su realidad histórica, muy poca afortunada por situaciones que analizaremos en el presente trabajo. Estas consideraciones pasaron de una simple inquietud a una imperiosa necesidad por escudriñar su pasado y de paso llenar ese vacío para los investigadores que con dificultad buscan una información sobre esta ciudad. También para aquellos que proyectan evidenciando poca conexión en el lenguaje contenido del transcurso de la historia en muchas propuestas de intervenciones en espacios urbanos o diseños de nuevas obras, carentes de significados o improntas de su realidad cultural.
Asumimos ese difícil reto académico enmarcado por la escasa información consolidada, que nos llevó a plantear una estrategia de investigación más profunda, escudriñando por cerca de una década desde un simple anuncio publicitario hasta sumergirnos en los fondos documentales del Archivo Histórico del Magdalena, pasando además por libros notariales, material de hemeroteca, cartografías, planimetrías, fotografías, etc., que nos permitiera recuperar toda una información completa para comparar, cruzar información y reflexionar lentamente en todos los procesos que incidieron en la construcción de esta ciudad.
Precisamente en el libro de la Historia de la Arquitectura en Colombia (Universidad Nacional, 1989), son escasas las referencias sobre esta ciudad, justamente por ser una visión general y no de dispendiosas investigaciones locales; algunas obras construidas en esta ciudad merecen ser valoradas y adquirir un modesto protagonismo en el discernimiento a nivel nacional. Por ello el propósito de esta investigación es aportar una página de la historia urbana y arquitectónica de Santa Marta e insertarla en ese marco de la historia de la arquitectura de nuestro país. Al iniciar la investigación encontramos escasa información de primera mano, poco a poco fueron apareciendo pequeños datos diseminados en diferentes fuentes primarias y secundarias. La bibliografía se resumía a los trabajos del médico samario Arturo Bermúdez Bermúdez, primero con su publicación Materiales para la Historia de Santa Marta (Fondo Mixto de Promoción para las Artes y Cultura del Magdalena, 1997); luego con su libro de fotografías Álbum Histórico de Santa Marta. La ciudad del Ayer… (Fondo Editorial Universidad del Magdalena, 2002). Además de esto el libro de acuarela de Edward Mark, vicecónsul inglés de esta ciudad a mediados del siglo XVIII, el libro Las Fortificaciones de Santa Marta y Estudio Asesor para su Restauración del historiador español Juan Manuel Zapatero, dos trabajos publicados por la gobernación del Magdalena, el primero con motivo del sesquicentenario de su fundación y el segundo sobre el Arte Religioso del Magdalena. De la misma manera, las investigaciones que hemos realizado como el Análisis Morfológico y Tipológico de las Fortificaciones de la ciudad de Santa Marta (Beca de Investigación Francisco de Paula Santander, Colcultura, 1993), El Drama Urbano de Santa Marta durante la Dominación Española (Premio Departamental de Historia, Ministerio de Cultura, 1998) y Santa Marta Vista por Viajeros (Bastianos Editores, 2005), todas de este autor.
Las fuentes documentales más importantes utilizadas para esta investigación fueron las del Archivo Histórico del Magdalena (fondos documentales de la gobernación del Magdalena desde 1805, Archivo Diario El Estado, publicado desde 1921 hasta 1960 y los registros notariales de las Notarias 1ª y 2ª desde 1793 hasta 1970), el Archivo del Diario El Informador publicado desde 1958, documentos y cartografías de los archivos españoles accesibles en la Web y los fondos documentales del Archivo General de la Nación; también fue primordial el compendio de imágenes del pasado con gran contenido histórico que permitieron la realización analítica para dimensionar la dinámica urbana y económica donde los vacíos de información dificultaban el trabajo.
La investigación la planteamos por unos capítulos determinados de acuerdo al análisis de indicadores sociales, económicos, políticos, urbanos y arquitectónicos, que nos permitieron establecer fronteras entre un periodo y otro, presentados como una secuencia cronológica coherente de los procesos de transformación de la vida urbana de Santa Marta. A pesar que este trabajo no fue realizado por un grupo interdisciplinario, intentamos analizar esos aspectos que incidieron en la construcción de la ciudad, tratando de entender en lo posible que factores pesaron en las decisiones políticas que pudieron afectar ese desarrollo.
El panorama de la arquitectura en Santa Marta a lo largo de su historia permite comprender los cambios experimentados en aspectos geográficos, políticos, sociales, económicos y culturales de su sociedad, que conllevaron a una determinada calidad arquitectónica de sus obras y la procedencia contextual de sus patrones formales, que casi siempre desembarcaron tardíamente en estas tierras, producto del asilamiento contextual y del poco protagonismo de esta ciudad en la órbita nacional.
Las expresiones arquitectónicas en Santa Marta siempre han estado ligadas al impulso determinado por una economía en particular que al entrar en decadencia, arrastraban a un trance inerte a estas tipologías y morfologías; generalmente la siguiente sustituía sistemáticamente con nuevos ejemplos, como también con maquillajes superpuestos. Esa necesidad por consolidar una economía basada en su geografía nos lleva a reflexionar sobre las expectativas en que estuvo sentado su posible desarrollo, que a la larga la mayoría quedaron convertidas en puras quimeras y otras realizadas parcialmente, como por ejemplo: En el siglo XVI su esencia estuvo determinada por la búsqueda del metal aurífero. En el siglo XVII su futuro dependía del establecimiento de un astillero y la consolidación de la actividad portuaria. En el siglo XVIII aspiraba a convertirse en plaza de guerra y por ende activar su comercio por el puerto. En el siglo XIX sus sueños estuvieron en el ferrocarril, y por último en el siglo XX, sus ilusiones estuvieron sentadas en el turismo, que aún en el nuestro sigue aferradas a ella.
De igual manera permite entenderla como el producto de su realidad histórica, marcada por su aislamiento a pesar de su puerto marítimo que podría haber determinado un desarrollo urbano más próspero y menos traumático; lamentablemente el recurso humano no le ha favorecido desde sus inicios. A ello también contribuyó la desaparición de muchos ejemplos, eventos naturales como el terremoto de 1834, las guerras civiles en el casco urbano en la segunda mitad del siglo XIX y lo más grave, el afán de un incomprendido “progreso” en el siglo XX.
Un cúmulo de vicisitudes llevó a definir su imagen urbana de lamentables dimensiones, ciudad de una pobre condición económica que reflejaba en su arquitectura un aspecto racionalizado en formas y materiales, realizadas pocas veces por ingenieros militares o arquitectos, casi siempre por personalidades de la praxis. Si hay algo característico de la arquitectura de Santa Marta es su poca monumentabilidad -a excepción de la Catedral-, las autoridades nunca pensaron en proyectos dimensionado con visión de futuro, conformándose con proyectos a la escala de la ciudad del momento, generalmente impulsaron obras que tardaron décadas en terminarse.
Inicialmente el aislamiento derivado por la resistencia indígena que mantuvo en vilo su consolidación urbana y su terno despoblamiento, agravaría su situación con las razones definidas en la geopolítica imperial española en sus primeras décadas y la llevaron a permanecer a la sombra de la ciudad de Cartagena de Indias, dependencia que determinaba su papel en el andamiaje comercial colonial y en el conflicto anglo-hispano.
Desde sus inicios los edificios religiosos levantados por obispos y los edificios militares promovidos por los gobernadores, eran los más sobresalientes en el contexto urbano, pero realizados a imagen y semejanza de una ciudad sumida en el olvido; corresponden al tamaño y situación en la agenda de prioridades de los territorios de ultramar. De esto cabe destacar que la arquitectura militar tuvo sus variables “sui generis” a sus homólogas del Caribe, diferencias tipológicas importantes para el estudio de nuestra arquitectura. Así pasaron más de dos siglos hasta que con las reformas borbónicas experimentaría una breve resurrección urbana y arquitectónica, producto de las políticas comerciales implementadas por la Corona española en los puertos indianos. De aquella época quedaron los edificios religiosos, militares y civiles que permanecen anónimos; como las obras de los ingenieros militares Antonio de Arévalo, Antonio de Narváez, Antonio Marchante y Vicente Talledo.
El ruido del tren con los vagones cargados de banano anunciaba que por fin el progreso había llegado a Santa Marta, y con ello un nuevo lenguaje arquitectónico que expresaría la condición económica de los empresarios criollos. Bellas formas señoriales entran a reemplazar la muda racionalidad de la vieja ciudad, como queriendo borrar un ingrato pasado, expresión admonitoria de pobreza. La ciudad se resiente con una oleada migratoria de gentes de diferentes lugares del país atraídos por la oferta laboral, se extiende configurando nuevos barrios, superando el reciente borde urbano constituido por la vía férrea.
De esta época quedaron muchas edificaciones neoclásicas -que desde segunda mitad del siglo XVIII con el proyecto de obras de refuerzos en el fuerte de la isla del Morro del ingeniero militar Agustín Crame, había llegado a Santa Marta, pero las más relevantes fueron las construidas por la gobernación del Magdalena para las instituciones administrativas y educativas, especialmente por José María Campo Serrano. Entre los arquitectos e ingenieros que hicieron un valioso aporte profesional con sus obras, figuran: Alfredo Camerano, Alfredo Badenes y Knoll, Francisco Gámez Fernández y Daniel Sánchez; asimismo quedaron los recuerdos de la arquitectura victoriana que trajeron los norteamericanos, que aún subsiste en el barrio El Prado de esta ciudad.
El ocaso de la arquitectura de época republicana coincide con la finalización de la bonanza bananera, aparece el turismo como una actividad redentora, nuevamente la gobernación se constituye en la impulsora de obras caracterizadas con formas geométricas de la transición a la arquitectura moderna, como Ernesto Nati, la firma Molendi Hermanos Constructores, Antonio Pi y Compañía, Nelson Daza C., Ricardo A. Vives, etc. El salto a la modernidad la llevó a sacrificar parte de su patrimonio arquitectónico, proceso iniciado con el ensanche de la avenida del general José María Campo Serrano promediando el siglo XX, luego con la ruptura de la arquitectura bancaria determinadora de la nueva escala urbana de su centro histórico.
En verdad, el ejercicio profesional de la arquitectura en Santa Marta durante la primera mitad del siglo XX, fue poco activa. Cuando se requería realizar una obra de gran magnitud por parte del gobierno departamental, se recurría a prestigiosas firmas de Barranquilla como Cornelissen & Salcedo o Manuel Carrerá Machado. Los contratos de obras a nivel estatal en su gran mayoría se perfeccionaban por el sistema de administración delegada, que se convertían en un verdadero vía crucis con el contratista por los cambios de gobierno y por el agotamiento de las apropiaciones presupuestales.
La formulación y elaboración del Plan Piloto de Santa Marta por el arquitecto Fernando Martínez Sanabria en 1956, fue interpretada como el momento preciso para construir la ciudad del futuro basado en su potencial geográfico, fomentando una actividad económica como el turismo. Desafortunadamente la dirigencia local no supo direccionar esas políticas urbanas planteadas, dedicándose a sacar el proyecto de ampliación portuaria y fortalecer la agroindustria donde sus intereses económicos estaban sentados; poco en la ciudad se sabía sobre la industria sin chimeneas, tampoco se alcanzaba a dimensionar los dividendos que podría generar. Paradójicamente la economía de Santa Marta no fue diversificada, pero los errores urbanos fueron multiplicados, como el emplazamiento de una zona militar al sur de la ciudad que taponó su desarrollo turístico, la demolición del viejo cuartel para ampliar el parque de Bolívar, la destrucción de los humedales o salinas, la destrucción sistemática de las abras y cerros de Santa Ana para la ampliación portuaria, se despreció la potencialidad paisajística de sus cerros, especialmente los de su litoral que podrían conectar sus bahías.
De aquello queda el fenómeno urbanístico de El Rodadero con todos sus faltas de planificación rompería los paradigmas establecidos, dispararía los incipientes modelos de arquitectura moderna manifestados solamente en el centro de la ciudad, constituyéndose en un fenómeno internacional, complejo de edificios de propiedad horizontal que se alzan al pie de una hermosa playa, que permitió concentrar la actividad turística fuera de su contexto histórico. El Rodadero como fenómeno urbanístico permitió la llegada de arquitectos de Barranquilla, interesados en participar en proyectos de grandes proporciones. Esto permitía la presentación de diseños y ofertas económicas de diferentes naturalezas.
Creemos destacar o realizar un justo reconocimiento a cuatro grandes figuras o estandartes de las obras arquitectónicas de Santa Marta, durante la dominación española al ingeniero militar Antonio Marchante, Director de las Reales obras, en la época republicana al arquitecto Francisco Gámez Fernández, en el periodo de transición de la arquitectura de época republicana a la moderna (Art Déco) al arquitecto cubano Manuel Carrerá Machado y en la reciente arquitectura moderna a Carlos Proenza Lanao.
Hoy día la revalorización de su patrimonio está en marcha, una recuperación de su centro histórico iniciada con sus principales espacios públicos: plazas, parques, calles y callejones, donde se respira una nueva atmósfera donde el recuerdo de la infancia llora.